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El COVID como maestro: La historia de una sesión de coaching inolvidable


Foto: Francesco Ungaro - Pexels

Lo llamaré simplemente F. por razones obvias: los coaches nos parecemos en eso a los terapeutas y sacerdotes en confesión.

F. es un alto ejecutivo de una empresa tecnológica. Su proceso de acompañamiento ya llevaba 12 sesiones cuando de pronto recibí por WhatsApp la fatídica noticia: “Hoy no vamos a poder tener nuestra sesión porque tengo COVID”.

Durante dos meses interrumpimos nuestros encuentros semanales, con cierto temor le escribía de tanto en tanto para saber cómo estaba, respetando sus silencios, evitando que sintiera la presión de responder; a veces pasaban muchos días sin saber de él y me inquietaba.

Sus pulmones estuvieron comprometidos en un 40%, una gran debilidad y cansancio, malestar, falta total de apetito, pérdida de peso. Mi coachee atravesó su océano viral con su cuerpo  frágil como único barco, en una tormenta de olas grandes y muy intimidantes.

Finalmente llegó el día del gran re-encuentro.

Iniciamos con nuestros 3 minutos acostumbrados de mindfulness con una música que él mismo trajo por primera vez. Luego vino lo que considero una de las sesiones más profundas, hermosas y relevantes que he co-creado en mi vida.

Como punto de partida de la reconexión, revisamos el objetivo macro de su proceso; lo leí en voz alta, luego él quiso leerlo ¡en su propia voz esas líneas vibraron celebrando la vida y su proceso y se sintieron más vigentes que nunca!

Luego vino el buceo profundo por los aprendizajes y descubrimientos de su angustiosa y extenuante travesía.

Una a una fueron emergiendo en su historia, a partir de mis preguntas, todas las conductas, competencias y valores que se manifestaron como fortalezas, las emociones que lo acompañaron, sus expresiones o silencios, sus necesidades expresadas o no, el impacto de todo ello en sí mismo y en quienes lo rodearon.

Fuimos expandiendo el círculo con él en el centro, y emergieron allí los vínculos cercanos (pareja, hijos, hermanos) y el vínculo con la CEO de la empresa donde trabaja (que, por cierto, puso a su disposición a un médico para atender cualquier consulta), con la gente de Talento Humano y cómo el apoyo que él había recibido de cada uno de estos entornos tenía que ver con su mirada, acciones y capacidad de pedir y recibir.

Paso a paso, recorrimos el mapa del tesoro que su COVID había pintado para él, en ese mapa descubrió que para cerrar completamente ese círculo, sólo faltaba el refuerzo de  algunas acciones de gratitud a la luz de haber descifrado, en nuestra conversación,  el alfabeto de amor con el que gente clave le supo decir "TE AMO, ME IMPORTAS, TE AMAMOS, NOS IMPORTAS".

Cerramos la sesión con un sentido compromiso  por parte de F. de accionar en lo identificado, con la fascinación del buzo cuando emerge feliz con sus manos colmadas de tesoros encontrados en el fondo del mar.

Esta sesión post COVID de mi coachee refuerza mi convicción de que, en un proceso de coaching, los eventos inesperados,  disruptivos, angustiosos, trágicos y desafiantes que pueden atravesarse en su camino, pueden ser  fuente de una gran reflexión y aprendizaje que fortalece inmensamente el proceso de autoconocimiento vinculado con el macro objetivo original.

Gracias F. por llevarme a bucear contigo en esas profundidades fértiles y por confiar en mí para acompañarte... adoro el fondo del mar. 

Cosecha en la mitad del camino


Luego de varios meses y de cuatro intentos saboteados por obstáculos –que resultaron alianzas- del destino, ha llegado al fin el día y la hora señalada de la postergada reunión de mi coachee con su Jefe en el marco de su proceso de Coaching Ejecutivo, justo en la mitad del camino.

“Tus cambios son notorios y muy grandes, los he visto en distintas oportunidades”, “me siento muy contento y te quiero felicitar por tu proceso, sé que ha sido un trabajo duro”, son las palabras que el CEO deja caer con su mirada clara, sincera y satisfecha en la mesa de reuniones… como merecido tributo a ese brillante profesional de su equipo ejecutivo.

Han transcurrido varios meses desde aquella, nuestra primera sesión de Coaching en donde la contundencia de un diagnóstico de 360° había golpeado el alma y humedecido la mirada con realidades que habían permanecido en puntos ciegos durante mucho tiempo.

Cual instinto de reacomodo de las placas tectónicas luego de un gran sismo, vinieron para mi coachee meses de pequeños y grandes temblores, de miradas interiores, de búsquedas, de viajes, de osadías, de ensayos, de peticiones y negociaciones hasta llegar a este momento de lluvia fresca, de dulce constatación, de impulso.

Y fue precisamente ese instinto, su instinto sabio de Ser que va tras el cambio con la determinación de un árbol que crece hacia donde su naturaleza le guía, ese instinto maduro, el que me fue pulsando -poco a poco- a ir cada vez más lejos y más profundo, hasta llegar al epicentro mismo de la vivencia y la emoción, ese lugar mágico donde los grandes cambios arriban a la Vida para quedarse.

Desde este lado de la mesa, desde el vértice privilegiado, de observador y parte, en este instante… soy Alegría y soy también Orgullo.

Sesión con el Jefe: Planteamiento aterrador



“Llegó el momento de agendar la reunión con tu Jefe, será TU reunión, TU momento, TU espacio para contarle a él tus fortalezas y áreas de oportunidad confirmadas o descubiertas en la evaluación de 360°, será una gran oportunidad para pedirle retro-alimentación y apoyo para tu proceso de desarrollo”.

Pronunciar estas palabras preparatorias y comenzar a ver señales corporales de cambio emocional, son una misma cosa: brazos que se cruzan protegiendo el corazón, movimientos inquietos en la silla giratoria, pupilas que se agrandan, palpitaciones que se escuchan más allá de las costillas…

-¿Qué sientes ahora?, le pregunto a mi coachee.

-Angustia, mucha angustia…

Exploro entonces las raíces de la resistencia, de la angustia anticipada: situaciones abiertas del pasado extienden sus tentáculos al hoy. Niños grandes que no olvidan, que no dan el primer paso para cambiar la fisiología de ese sistema líder-colaborador que se retroalimenta de pensamientos y emociones no expresadas, de palabras nunca dichas, de deudas no saldadas.

Imagina a tu Jefe allí sentado, obsérvalo bien y dile en voz alta: “Pensar en pedirte apoyo me angustia”. Le digo…

-PENSAR EN PEDIRTE APOYO ME ANGUSTIA

-“No entiendo por qué te angustia, no hay nada que temer, estoy dispuesto a apoyarte” responde el Jefe simulado en la silla, en la voz de mi coachee que ha cambiado de silla y de rol, asumiendo la única voz que puede responder a esas mayúsculas.

Sólo entonces una nueva posibilidad se asoma en el horizonte de esa reunión por venir; se ha retado una asunción, una breve luz se asoma, algunas armas son depuestas por primera vez. Un avance inquietante y seguro acorta la distancia entre el hoy y el día en que ambos, Jefe y Coachee se sientan frente a frente, con mi persona en un vértice del triángulo para intentar una nueva forma de relacionarse y avanzar en este proceso de Coaching Ejecutivo.

Destellos que iluminan para siempre




Saludo, encuentro. Despliego mi bitácora, mi lienzo ávido de notas, mi reloj que me orienta en el paso de la tarde. Abro mis oídos y corazón a estas tres horas que se abren el horizonte como una vía en perspectiva. Me voy adentrando, ella… mi querida Coachee, también…

Ya he identificado que el camino trae consigo la búsqueda de una imagen de si misma perdida en el ascenso corporativo. Ella no se lo cree, no lo ve: comparte asiento y decisiones con la Junta Ejecutiva de una gran corporación de servicios, pero tiene miedo. Presenta sus ideas y se siente evaluada por esos hombres; cuando se equivoca como cualquiera, piensa que es el fin, que no vale… Sin embargo, ellos la admiran, esperan sus aportes, su pincelada femenina en medio de tantos cromosomas “Y”.

Mientras observo su mirada profunda, descubro de pronto las dos coachees que ocupan en ese instante una misma silla: una que quiere y otra que no la deja, una segura y otra asustada. Una silla vacía viene a protagonizar estas partes; la llevo de la mano a viajar por cada una de ellas, a dialogar en la silla de una, en la silla de otra, a escucharse, a responderse, a describirse. Como una gran regalo veo en su rostro los síntomas de un darse cuenta en el brillo de sus ojos, en el ritmo de sus respiración, en su cuerpo vibrante.

La certeza de que algo se había movido hacia la luz en las profundidades de la experiencia me envolvió de alegría, me hizo crecer con ella desde mi rol de Coach. Hay destellos que iluminan todos los instantes del por venir: éste fue uno de ellos.

A 9 minutos de la primera sesión

1:51 p.m. Me separan sólo 9 minutos de la hora acordada para el inicio de un proceso de 8 meses de Coaching Ejecutivo. Me informa la recepcionista que la ejecutiva acaba de salir a almorzar. Mientras espero en la antesala en medio de sonidos heterogéneos de engrapadoras mordiendo lo que le pongan, timbres egocéntricos de teléfono, puertas que abren y cierran tras la identificación digital del Big Brother corporativo, dirijo mi conciencia hacia mi cuerpo: señales conocidas de ansiedad ante un gran evento, muelas contra muelas, intestino tratando de hablar. Siempre la primera vez…no hay segunda oportunidad para esta primera vez, no hay segunda primera vez.
Hoy romperé hielos con cinceles suaves, tenderé puentes de varios canales, miraré a los ojos y más allá, descubriendo y confirmando con admiración las potencialidades de mi coachee; hoy le diré cosas que le gustarán y cosas que no. Dulce y salado. A partir de hoy seré su aliada, su acompañante incondicional en un camino de crecimiento que ella construirá con sus propias manos, con su propias ganas de avanzar, yo observaré su rumbo, aportando amalgamas para sus ladrillos, advirtiendo el peligroso cantar de las sirenas, disfrutando del horizonte vislumbrado que se acerca. Un faro en la bahía…